miércoles, 18 de febrero de 2009

SOCIEDAD MEXICANA DE HISTORIA ECLESIÁSTICA

IRAPUATO, EL ESPÍRITU Y LA FORMA
ARQ. JAVIER MARTÍN RUIZ CRONISTA DE IRAPUATO





El título de estas líneas pueden haberlo sorprendido, amigo lector de los bueno días domingueros, y me parece que lo estará porque hemos estado platicando sobre un tema interesante, aún muy cercano a nosotros y fresco en las memorias de muchos irapuatenses como es el de la existencia entre nosotros de la Casa de la Cultura de la Calzada de los Chinacos. Ahora lo dejo a un lado por una semana para platicar con Usted sobre lo que es y significa la “Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica”. Espero que estas pocas líneas le den información de una asociación que está dedicada a actividades que no son muy ordinariamente conocidas.

Sucede que el pasado lunes diecinueve se realizó en Tlalpan –D. F.—una de las dos juntas ordinarias que se realizan anualmente; fruto de la Asociación y la reunión le comento un poco; algo de su vida y obra.

Sociedad Civil ésta, la de la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica, tiene funciones muy importantes en cuanto a la investigación histórica de México, en su extensísimo capítulo relativo a la Iglesia Mexicana, no solamente inseparable de la realidad del México actual, sino elemento fundamental que fue para las hazañas cuantificadas y cualificadas de las epopeyas que marcaron las conquistas parciales del amplio mundo étnico-cultural de la América desconocida por los españoles –y europeos, genéricamente hablando-- y que poderosamente ayudaron a formar –por medio de la evangelización profunda que desarrollaron en todos los territorios—los procesos de colonización, colonia y el México independiente que gozamos –y sufrimos—a través de la aculturación que se logró vía la integración de las culturas europeas y americanas y, en el caso de la Iglesia Católica, bajo el manto protector de la cristianización continental, elemento integral para la formación y entendimiento de gran parte del nacionalismo actual en las tierras americanas.

De hecho, si no se hubiera dado el proceso de evangelización en nuestro territorio, lo que ahora es México, y que jurídicamente –social y políticamente-- fue aglutinado monárquicamente bajo la etiqueta de la Nueva España, seguramente se hubiera tardado mucho más en realizarse la integración de los pueblos que habitaban este enorme territorio y, sin dudarlo, esa conquista espiritual hubiera rendido frutos no apetecibles como los que –ciertamente dolorosos porque toda integración es un hecho difícil, con olor y sabor a desprendimiento—ahora gozamos.

La historia, que cubre todos los aspectos de la vida del hombre –en los que, obviamente, la memoria es fundamental, porque sin memoria el pasado no sólo sería inexistente sino que no sería ni recordable—no puede hacer a un lado este hecho dado con trascendentes implicaciones para nuestra vida ya que en él va implícita la fe de la mayor parte del pueblo mexicano que se alimenta del Evangelio de Jesús difundido y vivido ampliamente por las huestes misioneras desde hace ya casi quinientos años.

Por ello, la historia de la Iglesia Católica es integradora de la mayor parte de la existencia de la presencia europea de los evangelizadores iniciales, de la difusión de esa fe y la conciencia nacional –a través de la formación del pueblo diverso que se dio con la mezcla de sangre y culturas diversas— que surge de las mentes de eclesiásticos mexicanos.

Para nadie es oscuro el saber –aunque sea en lo poco-- las proezas en estas tierras abundantes, y en mucha parte de ellas ásperas y duras, de los religiosos misioneros (Martín de Valencia, Fray Toribio de Benavente “Motolinía”, Alonso de la Veracruz), del Clero Secular (Vasco de Quiroga, Fray Juan de Zumárraga, franciscano), de la educación religiosa y laica (los colegios jesuitas, los seminarios, el colegio de San Nicolás), de las inquietudes y visiones pre-preaglutinadoras de Francisco Javier Alegre, las prenacionales de Francisco Javier Clavijero, de Miguel Hidalgo y miles de frailes, religiosos, obispos, presbíteros y laicos educados y por ellos (los miles de mártires en las guerras de Independencia, Revolución y en la persecución religiosa) que fueron presencia activa de interiores luminosos que prendieron hasta sus fronteras con la fe que les otorgó su Iglesia.

Pues todo esto forma parte del gran bagaje que está en nuestro pasado y que esta Asociación –sus miembros aglutinados en unos mismos principios de creencias religiosas, aunque sea por oposición en algo— busca el informar en el presente de esos sucesos, pequeños unos, enormes muchos otros, pero todos trascendentes en sus áreas, a todo aquel que tenga inquietudes en su esfera del conocimiento.

La Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica nació bajo la inquietud –¿necesidad y obligación?—de muchos religiosos que, como parte de su basto apostolado, se han preparado en el campo de la historiografía para profundizar en el eclesial. Como fruto de esas necesidades compartidas nació esta Sociedad, van a hacer ya treinta y cinco años.

De muy variadas regiones de México, diócesis, provincias de órdenes y congregaciones, se asociaron y concretaron el ideal de llevar la historia de su Iglesia como parte de su bagaje de labor apostólica a sus mundos de intensidad espiritual.

Canónigos, Monseñores, Sacerdotes, Religiosos. Igualmente, Doctores en Historia, con Maestría, Licenciados, Diplomados en esa ciencia –o en otras asociadas como las de archivística, juristas eclesiales, heráldica, etc.--, o llanamente interesados en la investigación histórica, dieron forma a esta plural y muy definida manera de responder a una vocación de difusión.

Años después las necesidades de crecimiento y amplitud en los principios que los han guiado --y de alguna manera maniatado voluntariamente—los ha hecho voltear al gran enorme pueblo laico –o seglar—para adherir a su asociación a otras personas que, como ellos, buscan la difusión del espíritu, caminos y manera en que se ha comportado la Iglesia en México y tratan de informar sobre ello.

Derivado de esto, hacen ya más de once o doce años fui invitado a pertenecer a ella; junto con otros cuatro seglares seguimos esa ruta muy clara y precisa.

Esta lunes pasado, diecinueve de enero, asistí a la junta o reunión nacional ordinaria en –como le decía—Tlalpan, esa bella población conurbada al D. F. que lucha por permanecer ajena al monstruo defeño que todo lo devora.

Hace casi cincuenta viví ahí, cuando era una verdadera tranquila población, silenciosa, con sus largos muros en los que los sonidos –como los de los zapatos al caminar—rebotaban a lo largo de ellos plácida y muy sensorialmente. Calles y casas que invitaban naturalmente a la reflexión. Ambientes de silencios verdaderamente audibles y profundos.

Ahora que pasé rápidamente por algunas de sus calles me encontré con cientos de vehículos cubriendo las laterales de sus arroyos en los que se puede transitar y estacionarse.

Muchos vehículos, muchos, pero, con todo y todo, ¿sabe Usted? No me decepcionó la Tlalpan de hoy; no me dolió verla asediada; no. Me encontré todavía algo de aquel Tlalapan que recuerdo con la enorme sincronía entre calles, árboles, empedrados, casitas y señoras residencias, balcones enrejados y piedras negras que forman muros, capillas e iglesias. Aún con la ciudad capital amenazante sobre ella en devorarla por sus lados, que se unen a la Calzada de Tlalpan y la Avenida de los Insurgentes, la bella población –hecha con rasgados lentos de guitarra y largos sostenidos de cello-- permanece en silencios de gran valor espiritual.

El encuentro con los amigos asociados, sacerdotes, religiosos, laicos y ya algunas excelentes damas participando de la tan plural agrupación y sostenida finalidad…¿Qué le puedo decir? Tenía casi cinco años de no ver a algunos de ellos, cuando la última reunión fuera del D. F. se dio en Irapuato, siendo un servidor Director del Archivo Histórico Municipal. Muchos recuerdos pero, principalmente, el presente que me permite disfrutar de esos amigos y de esta computadora y el diario en donde Usted me acompaña, con la lectura, a otorgarle sentido a estos renglones que escribo para platicar en el silencio de las experiencias hechas.

Si desea conocer más del sentido y calidad de la Asociación, remítase a su librería cercana de Gandhi (tendrá que ir, mínimo a León) y adquiera el libro primero que edita, con los siguientes datos: “Historia desconocida”.

Una aportación a la historia de la Iglesia en México. Editorial Minos, III milenio. Si lo lee y quiere compartir experiencias de su lectura, me platicará algún día.

Le recuerdo que estoy a las órdenes de quien desee una plática sobre la historia de Irapuato o realizar una visita guiada al centro histórico local.

javiermartin@cybercable.net.mx

Irapuato Gto., enero 23 del 2009